sábado, 26 de febrero de 2011

Crónicas de un terremoto anunciado

No me vengan aquí con que un terremoto en tierras nacionales sería algo extraño, por si no se acuerdan vivimos en el cinturón de fuego del pacifico, que es la zona con mayor actividad sísmica del planeta. Los científicos decían que ya era hora de que un sismo de gran intensidad viniera, y que era cosa de tiempo.

Y el tiempo pasó y el día llegó. En realidad noche. Porque en relación al anterior sismo, 26 años atrás que fue de día, como a eso de las siete de la tarde (yo aun no nacía), fue de noche, cuando el reloj se clavó a las 3.34 de la madrugada. Recuerdo que esa madrugada, como todas las noches de vacaciones estaba metida frente al mismo computador en el que estoy ahora. Me había aburrido y el sueño me había llegado. Apagué el computador y me dormí. Una hora después, cronometrada, un movimiento de piso me despertó. No fue que estuviera soñando con alguno de esos guapos hombres, no, en verdad se movía el piso. Desperté y miré hacia mi ventana. Vi la silueta de mi hermana abriendo la cortina para ver qué pasaba afuera. Le dije la estúpida frase que todo el mundo dice ‘Esta temblando’.

Cuando nos dimos cuenta de que no pasaba nos levantamos. Rauda y velozmente mi hermana corrió a ver a mi abuela, quien le tiene pánico a estas cosas. Durante ese momento mi hermana solo atinaba a decirme ‘sale weona, sale, sale!’ pero no salí. Me quedé en mi pieza, afirmando mi televisor de mediano tamaño, solo porque si se llegaba a romper no quería soportar a mi hermana, que es una fanática de la tv, lamentarse el que no tenía tele. Asique la afirmé durante los tres minuto que duró el movimiento. Vi como los cables del alumbrado chocaban entre si y hacían reventar los transformadores de los postes. Por culpa de eso el cielo tomó un hermoso color celeste. No como el del cielo de día, porque como había negro de fondo, pero era un lindo color. De hecho, eso dije en voz alta, como para querer tapar el horroroso sonido que venía con el movimiento. También vi como se cortaba la luz. Primero como bajaba el voltaje y finalmente como nos quedábamos a oscuras. Me tomé el tiempo de ver como se caían mis discos.

Después un par algunos segundos, y cuando me di cuenta de que no paraba bajé el televisor y me fui al living de la casa. Mientras caminaba sentía que vasos caían al piso, no eran de mi casa, venia de los vecinos. También que llamaban a uno de mis vecinos, que estaba más cocido que botón de oro. En eso pasaron tres minutos, que fueron como diez.

Cuando por fin la tierra había parado su escándalo comenzamos a buscar velas, pilas, algún reproductor, algo que nos permitiera saber que sucedía. Mientras mi abuela llamaba a la familia, para saber como estaban. Todos haciendo algo. Cuando por fin ya estábamos más tranquilos nos llenamos de información. Primero que había sido algo muy fuerte, un 8.8° Richter, y que en Santiago habían edificios quebrados, pero no en el piso, salvo el campanario de una iglesia en Providencia. Los niños flaites que salían de los clubs nocturnos en donde festejaban se quejaban de que no habían micros a esa hora. Y mientras escuchábamos esas cosas tomábamos café.

No teníamos mas sueño, salvo mi hermana que decía que quería ir a dormir porque tenía que ir a trabajar, y con mi abuela le decíamos que si estaba tarada que quería ir, había sido un terremoto, nadie pensaba ir. Minutos después, replicas y mas replicas. Algunas ni siquiera las sentíamos, salvo la de las 7 am, que fue muy fuerte y los levantamos y todo. Un par de horas después llegó mi mamá, estaba durmiendo. Llegó para ver como estábamos y después fue a ver a la mamá de mi tío Ricardo, a petición de él, y luego a la casa de los papás del novio de ella. Después de eso, ya no pudimos dormir y mejor tomábamos desayuno. Salir en búsqueda de pan y pilas fue toda una odisea. Solo había una panadería funcionando y debíamos esperar horas. Llegaron mis tíos más cercanos. Llegaron básicamente porque ellos viven en un departamento y no sabían si estaba dañado, no tenían agua y no podían preparar nada para sus hijos más pequeños, de 8 y 2 años en ese entonces. Pequeños que no supieron que había terremoteado. Aquí había agua y la casa impecable.

Esperamos un día completo por electricidad. Todos necesitábamos cargar los teléfonos celulares y el laptop. Necesitaba internet para tener más información. La luz llegó el domingo en la mañana. Inmediatamente prendimos la tv para ver que sucedía, y nuestra cara de asombro ante el desastre que era el equivalente a 100.000 bombas de Hiroshima. Se nos caía la boca de lo abierta, se nos salían los ojos al ver los edificios caídos y otros por caer.

Al final esto debía pasar si o si, lo malo es que nunca estuvimos preparados, porque si hubiese sido así, otra cueca estaríamos bailando.

1 comentario:

  1. Que increíble como hay cientos de historias y todas ocurridas al mismo momento.

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